Reflexiones sobre los perfiles en una empresa en transformación: zombis, mártires y algunos demonios corporativos

Cuando se empieza un proceso de cambio organizacional es muy importante que todos los miembros del equipo estén alineados, sepan lo que se quiere alcanzar y cómo hacerlo. Como si de una película se tratara, cada uno habrá de ser un personaje, con un papel que desarrollar y defender. Pero, también, como sucede en el cine, habrá protagonistas, antagonistas, buenos y malos.

Imaginemos que la transformación corporativa es una suerte de viaje del héroe, como el vivido por Ulises en la Odisea de Homero. En el periplo que supone impulsar el cambio, el empresario se encuentra en mitad de una aventura, donde ha de superar pruebas y donde puede encontrar aliados y enemigos. Estos, los que ayudan y los que tratan de evitar el cambio, merecen un análisis por la importancia que juegan en que el final de la historia sea feliz o no.

Destaca, en primer lugar, aquella persona que dice al empresario cuestiones que no quiere escuchar. Se trata de un miembro del equipo que no teme inmolarse por el bien colectivo. Podría denominarse Juana de Arco. Y como la Doncella de Orleans, para los franceses en su guerra contra Inglaterra, se erige como mártir al retar al líder y al exponerle que no siempre tiene razón.

Cuando en Julio Cesar (1953), Bruto apuñala a un ya malherido Cesar, este suspira “Tu quoque, Brute, fili mi” (Tú también, Bruto, hijo mío), se pone de manifiesto que hasta el más adulador de los colaboradores puede convertirse en un traidor. Y es que en las organizaciones aparecen algunos perfiles dóciles, como Bruto, que asienten sin rechistar y proclaman una lealtad desmedida al líder. Esta supuesta fe ciega hacia el jefe encubre debilidades competenciales, que pueden suponer una palanca de traición, que, y llegado un momento de dificultad, como el que puede entrañar una transformación corporativa, son susceptibles de impulsarle a acabar con él.

Otro personaje con cierto cariz cinematográfico es el que podríamos llamar Rasputin, puesto que, como el místico ruso, se erige en el guía y el salvador del empresario, en los instantes de incertidumbre que aparecen en el proceso transformador. En su boca se podrían poner palabras tales como: “¡Qué suerte tienes que me conoces!” con las que se aprovecha de las debilidades ajenas, como también se sirvió el verdadero Rasputin de la zarina Alejandra.  El gran peligro de este tipo de personajes es que siempre aspiran a más, es decir, a que su poder sea absoluto.

Por último, aparecen los zombis. Son muertos vivientes que, en el día a día, hacen del victimismo y del pesimismo sus banderas. No tienen conexión alguna con la Visión y Misión de la organización, y si se les pregunta “¿Por qué trabajas aquí?”, su respuesta es simple: “Porque no hay otro lugar al que ir”. Pero van más allá, no solamente cuando alimentan y anclan su pesimismo, sino que además contagian y viralizan su toxicidad a otros. El gran riesgo que entrañan es que, como en The Walking Dead, tienen la meta de destruir la organización desde dentro, haciendo que el caos crezca y convirtiendo en zombis a quienes no lo son.

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