De la volatilidad a la turbulencia
El entorno VUCA ya ha aparecido en más de uno de mis artículos, pues hasta ahora, en mi opinión, era una certera síntesis del contexto en el que como sociedad nos había tocado vivir y definitivamente experimentado desde la crisis financiera del 2008. Volatilidad, Incertidumbre, Complejidad y Ambigüedad aparecían, así, como cuatro pilares que sustentaban (o hacían temblar) todo lo que acontecía de un tiempo a esta parte.
Sin embargo, la aceleración del cambio, la brutalidad de los eventos y las tremendas sacudidas que están causando en los países, en las organizaciones y en las personas, ha hecho que considere como más acertado el concepto TUNA que la Universidad de Oxford utiliza en la rama académica de planificación de escenarios. TUNA es, de este modo, el acrónimo de Turbulencia, Incertidumbre, Novedad y Ambigüedad.
Entre ambos conceptos hay muchas similitudes y varias diferencias pero, en esta ocasión, deseo centrar la atención en la evolución de la volatilidad, que contempla el VUCA, a la turbulencia, que considera el TUNA.
El matiz y el acierto de usar el término turbulencia es que pone el acento en los eventos disruptivos que estamos viviendo y en las dificultades para visualizar el futuro, entenderlo y ser capaces de prepararse para él. Y es que ha de pensarse la diferencia entre un entorno que muta con facilidad e imprevisiblemente a otro que está sujeto a ciertos torbellinos. En la idea del torbellino, de eventos que suceden a un mismo tiempo de una forma atropellada y desordenadamente, reside, desde mi punto de vista, la riqueza de la idea de turbulencia. Así, revisando la definición de turbulencia en el Diccionario de la RAE se encuentra lo siguiente: “movimiento desordenado de un fluido en el cual las moléculas, en vez de seguir trayectorias paralelas, describen trayectorias sinuosas y forman torbellinos”.
La carencia de orden actual o a futuro es una circunstancia que estamos viviendo desde que el pasado marzo apareció el Covid19. Porque, nueve meses después, aún no está claro cómo funciona, cómo evoluciona y qué causas y, sobre todo, qué consecuencias puede tener para una persona y para las sociedades. Pensemos en las turbulencias en un avión: se sabe que la aeronave se mueve, que ese aire puede provocar alteraciones en ella de forma repentina, pero, y aquí está la clave, se desconoce cómo son de graves o de peligrosas.
En mi opinión, en tiempos turbulentos, las predicciones sobre el futuro se asemejan a aquellas hechas con una bola de cristal en una barraca de feria. Sin embargo, esto no impide que en las organizaciones, exista la posibilidad de fabricar su futuro con algunas herramientas tales como la identificación de tendencias del propio sector, de otros mercados y del entorno socioeconómico, entre otros; el entrenamiento de la agilidad interna para acometer los cambios y las transformaciones, la toma de conciencia de la hipervelocidad como vector contextual y la comprensión de la tecnología como palanca de cambio.
En definitiva, la turbulencia reinante lo que ha de provocar en las empresas es una voluntad, aún mayor, por apostar por el desarrollo de capacidad de diseño y ejecución estratégica (de inteligencia de negocio, de planificación de escenarios, de creación de políticas…) a futuro, porque entendiendo que no todo es predecible, la mejor forma de encarar lo que está por venir es haberse preparado para ello.