La crisis y el liderazgo: resiliencia
En los últimos meses, una canción de los tiempos de nuestros padres y abuelos se ha hecho recurrente. Resistiré se ha convertido en un himno al concentrar los deseos y las aspiraciones de las sociedades de todo el mundo. En mi opinión, los versos Soy como el junco que se dobla /Pero siempre sigue en pie sintetizan una capacidad que se ha de potenciar, desde una perspectiva individual, pero también con un enfoque colectivo y, por supuesto, que se ha de desarrollar en aquellas personas que nos lideran: la resiliencia.
Define la Real Academia de la Lengua Española la resiliencia como la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. Esta forma de acomodo al entorno considero que ha de hacerse manteniendo la esencia de uno mismo, de los principios y de los valores que se tienen y que se respetan. Si estos se pierden en el enfrentamiento al ambiente hostil, pienso que no se desarrolla la resiliencia, sino que lo que acontece es la supervivencia. Así, por ejemplo, Oscar Wilde en El retrato de Dorian Gray expone las causas y las consecuencias de la voluntad de supervivencia extrema. El apuesto Dorian sobrevive joven y bello, pero ha pagado esta eterna juventud con su alma a través de un pacto con el mismísimo Diablo. Y es que un líder no ha de buscar su propia supervivencia, sino que ha de desarrollar la resiliencia. Esta última nunca es la meta, sino que supone una forma de entender la vida y de trabajar en el día a día. Se encuentra en la esencia misma de muchos seres humanos y también es factible potenciarla. Pero, ¿qué caracteriza al líder resiliente?
Un líder resiliente entiende que ha de afrontar riesgos, algunos conocidos y otros desconocidos o inesperados. Sabe que habitualmente tendrá que considerar y ejecutar transformaciones, para absorber el estrés del ambiente, el VUCA perenne, y para tratar de convertirlo en una ventaja. Así, desarrolla ciertas habilidades y rutinas que le permiten alcanzar con éxito la adaptación al entorno. Por ejemplo, sabe identificar sus propios pensamientos y los gestiona para eliminar aquellos que no son constructivos, al mismo tiempo que trata de equilibrar sus decisiones en relación a ellos. Además, actúa con prudencia, porque es consciente de que el entorno está repleto de riesgos que, con cierta probabilidad pueden impactar en su día a día, por lo que se prepara ante ellos para evitarlos o para enfrentarlos, habiendo valorado los diversos escenarios.
Por otro lado, el líder resiliente estima e impulsa la colaboración con otros, pues sabe que el todo es más que la suma de sus partes y porque comprende que los retos se gestionan mejor compartiendo el talento y los conocimientos. Y por último, desarrolla una comunicación cercana, empática y transparente porque conoce que un equipo trabaja más y mejor si entiende lo que sucede, si está al tanto de las expectativas que se tienen para él y si sabe en qué dirección se desea navegar, como organización o como sociedad.
Como señalaba más arriba, la resiliencia en el liderazgo no es un destino, sino una forma de ser y de entender la buena y la justa manera de ejecutar el poder. Y esa bondad y esa justicia son imprescindibles en quien lidera, para actuar en el hoy y para cimentar el mañana. Henry Kissinger, en un artículo publicado el pasado mes de abril por The Wall Street Journal, sentenciaba: “El desafío histórico para los líderes es manejar la crisis mientras se construye el futuro. El fracaso podría incendiar el mundo.” Pero sobre el liderazgo que naufraga, si me lo permitís, hablaré en otra ocasión.