La crisis y el liderazgo: la virtud de la meritocracia
¿Qué méritos adornan el liderazgo? ¿Qué escalones se han de subir para ser digno del poder? ¿Qué metas hay que alcanzar? ¿Se merece esa persona erigirse en líder?
La meritocracia es aquella forma de gobierno en la que se lleva a cabo una discriminación positiva por méritos, de diversa índole, pero todos asociados a la excelencia y en la que se asciende por lo que se ha logrado en la trayectoria vital. Exige un arduo sistema de auditoría, en tanto que, para ser pura, los méritos se han de verificar. Sin embargo, como gran ventaja asegura que aquellos que prosperan en las áreas del poder (político, empresarial, social…) han demostrado sobradamente su valía y no han arribado a dichos puestos aleatoriamente.
Pero sobre todo, la meritocracia demanda que el grupo sepa lo que necesita o quiere a fin de ser capaz de encontrarlo. Podría aplicarse, en este punto, aquello que Alicia (en el país de las maravillas) escuchó de boca del gato de Cheshire: “If you don’t know where you are going any road will get you there”. Lo que vendría a ser lo mismo que: si no sabes lo que quieres de un líder, da igual a quién escojas.
Por esto, para que la meritocracia sea plena y de ella se obtengan réditos positivos, la sociedad ha de hacer su tarea dando respuesta a:
1) qué necesita en el presente,
2) a qué aspira en el futuro,
3) qué asuntos urgentes apremian,
4) qué cuestiones clave se han de abordar,
5) cómo le gustaría ser recordada.
Y es que se suele apuntar que la cruz de la meritocracia es el complejo interrogante de quién decide qué es lo mejor. Y como he apuntado antes, es un deber de la sociedad, en su conjunto, desde su madurez, pero también asentado en la capacidad crítica que se la supone.
Esa “check-list” es el primer paso para identificar los méritos que han de exigirse a los líderes en la esfera social. A partir de este momento, comienza la búsqueda del tesoro, por así decirlo, o más concretamente de esas mejores cualidades. Y los encargados de esa identificación han de ser personas coherentes, sinceras y que han asumido una responsabilidad social y económica plena.
Estos han de haber interiorizado que la mejor opción para un cargo, ya sea público o privado, no suele venir determinada por cuestiones de edad, ni de género, ni de raza… y mucho menos por oportunismo o por relaciones personales. Los méritos nunca son por nacimiento, sino que se alcanzan a lo largo de la vida aprovechando las oportunidades dadas o creando las propias; haciendo las cosas bien, trabajando a destajo, fabricando decisiones acertadas y valientes…
El problema en el liderazgo actual radica en que la estética y el marketing están invadiendo, cual mancha de aceite, aspectos más profundos del concepto. De tal manera, se asignan puestos en los gobiernos, y también en ciertas empresas, por aspectos demográficos: edad, ideología, género, religión… Y cuando esto sucede han de saltar las alarmas y es imperativo recordar que el quién nunca puede ensombrecer al para qué, cuando se habla de gobernabilidad. Ella ha de ser ejercida por aquellos que se han ganado ese derecho, habiendo cumplido a rajatabla las normas. En definitiva, cabe siempre recordar que el auctoritas no nunca viene con el cargo (potestas), sino que lo gana uno mismo y la meritocracia, en parte, es un control de calidad para obtenerlo. Pero estos asuntos, si me lo permitís, los trataremos en otro momento.