La crisis y el liderazgo: el punto de inflexión
Desde hace años hemos asistido a una creciente personalización de la política, pero también de las cuestiones corporativas, en los medios de comunicación, en las tertulias e, incluso, en las conversaciones privadas. Así, deliberadamente, se ha tratado de simplificar el discurso sobre lo público y sobre lo privado, buscando la anécdota, reduciendo la realidad hasta el extremo. Lo hemos vivido en la esfera pública, donde se han enfatizado emocionalmente a personas concretas y a sus características frente a ideas y argumentaciones más intensas y racionales. Pero también lo hemos visto en asuntos económico- empresariales, cuando la figura del quién, por encima de otros aspectos, se veía catapultada a portadas y noticias, a discusiones particulares e incluso a grupos de Whatsapp.
En tiempos de bonanza, quién está al frente de instituciones y organizaciones de todo tipo puede ser un personaje pop exhibido para canalizar la atención y adormecer, tal vez, el sentido crítico. Sin embargo, cuando los problemas surgen y la crisis estalla (bien en forma de pandemia o bien cómo un crack del sistema financiero), ese quién ya no tiene permitido ser simplemente una persona o un personaje, sino que ha de subir varios peldaños hasta erigirse en todo un líder.
Me refiero a liderazgo en el sentido más digno de la palabra y aunque se trata de un concepto escurridizo, objeto de debates teórico-prácticos, creo que se puede sintetizar, de forma pragmática, en tres pilares esenciales: una persona lo ejerce, esa persona influye sobre otros individuos para un objetivo común y les guía hacia una meta que alcanzar para el bien colectivo. El liderazgo se pone en juego en cualquier colectividad humana, desde un patio a la hora del recreo hasta clubs deportivos, pasando por ONGs, gobiernos y empresas del Fortune 500.
El impacto del buen (o mal líder) en el desempeño del grupo es clave. Tener al frente a una persona respetada, que sabe a dónde quiere conducir la organización y cómo hacerlo, que tiene un bagaje y una reputación sólida… marca la diferencia. Supone el punto de inflexión ante una tendencia y para unas mismas circunstancias socio temporales. En definitiva, la presencia o la ausencia de liderazgo define a los ganadores y a los perdedores en un mismo contexto.
La huella de un cambio disruptivo, podemos llamarle Covid 19, es diferente, en la sociedad o en la empresa, dependiendo de quién esté al frente de todo. Tras una mirada ágil a la prensa internacional, vemos que en las últimas semanas, los KPIs de algunos países son radicalmente diferentes a los de otros del mismo entorno, siendo todos ellos víctimas del coronavirus. Así, Alemania, con el doble de población que España, no llegaba hace apenas 72 horas a los 6000 muertos. La rapidez en la ejecución de medidas y la coordinación de las distintas entidades territoriales que hizo Angela Merkel, y también su formación y su experiencia profesional, han supuesto una ventaja incalculable para todo el país.
Y es que un líder no es un actor, tampoco una simplificación de un argumento con rostro humano, no es un animal fetiche, sino que ha de entenderse como un constructo de competencia, carácter y principios, que, si me lo permitís, trataré en otra ocasión.