La crisis y el liderazgo: competencia, carácter y principios

A lo largo de la Historia se han erigido diversos tipos de liderazgo, que de una manera u otra han dado respuesta a las necesidades de diversas colectivos: Churchill, Gandhi, Juan Pablo II, Margaret Thatcher… fueron algunos de los nombres que sonaron y brillaron el siglo pasado. Quizá por eso, en los últimos cincuenta años, autores del campo de las ciencias políticas, fundamentalmente, se han interesado por las características que habría de tener el líder ideal. Se ha tratado de estudios desarrollados en el ámbito estadounidense, esencialmente, aunque ha habido algunas aportaciones europeas.

El número de características varía de un autor a otro, pero la mayoría comparten que el líder ha de poseer dos dimensiones imprescindibles: su competencia profesional y su honradez, integridad o responsabilidad en el ejercicio de sus funciones. A estos aspectos, considero que se le ha de añadir el carácter o el carisma.

Pero ¿cómo se concreta está fórmula?

En competencia se aglutinaría la inteligencia, el bagaje profesional y el nivel cultural, que si son los adecuados harán que el líder sea capaz, primero, de comprender la problemática a la que se enfrenta y de darle una respuesta pertinente, después, que la solucione, o al menos la mitigue.

En cuanto al carácter, es esencial que el líder sea carismático, que posea una suerte de encanto, que logre atraer adeptos para conducirlos al futuro deseado. Junto a la capacidad de atracción se ha de incluir la decisión y la firmeza. Un líder no puede ser una veleta, y mucho menos parecerlo. Hablamos de la coherencia entre lo dicho y lo hecho, el walk the talk o el predicar con el ejemplo que usamos en español. En definitiva, quién está dotado para el liderazgo es resuelto, decidido y  tiene determinación.

Sobre los principios, lo primero que se ha de señalar es que en ningún caso, a un líder habría de poder atribuírle una frase al estilo del genial Groucho Marx: «Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros». Así, es exigible que el líder sea íntegro en sus acciones, que sea honrado y que la sensatez y  templanza le orienten en el día a día.

Si ahora nos preguntaran en relación a los liderazgos que asoman en nuestra sociedad, tanto en el ámbito público como en el privado, las siguientes cuestiones, a cuántas responderíamos afirmativamente:

¿Son capaces de dar solución a nuestros problemas? ¿Actúan con rectitud? ¿Nos agradan? ¿Muestran cordura en sus acciones? ¿Tienen firmeza de carácter? ¿Poseen los conocimientos y las habilidades necesarias para afrontar la realidad que nos rodea?

Si hemos contestado negativamente a algunas de estas preguntas, reflexionemos si depositaríamos en esa persona nuestra confianza para dirigir nuestros designios. Sobre este punto, sobre la confianza, si me los permitís, hablaré en otro artículo.

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