Aprendizaje y reaprendizaje continuos y constantes han de ser entendidos como una máxima vital,  tanto para las organizaciones como para las personas. Esto es un hecho. Sin embargo, a menudo desde mi trabajo como profesor, como coach, pero sobre todo como asesor estratégico, me encuentro con líderes y con altos directivos que ante fallas de conocimiento o brechas competenciales, confiesan entre el agobio y la frustración: “Jesús, pero es que no tengo tiempo”.

Y, por supuesto, no tienen tiempo, porque en un momento de cambio disruptivo, brutal e incierto, los empresarios y los C+level están en el día a día y en buscar alternativas a un presente complejo.

Sin embargo, como vengo afirmando, hemos de apostar por la visión de futuro, porque en ella reside el éxito. Además, si me permitís recurrir a una frase hecha: “Nadie dijo que fuera fácil”. Y teniendo en mente esta idea, toca ponerse a planificar un itinerario formativo a medida de las necesidades propias o de las urgencias corporativas para, partiendo de él, aprender y reaprender para seguir creciendo.

Sin duda, la forma más efectiva de convencer es predicar con el ejemplo, por eso quiero compartiros que yo también provoco mi aprendizaje y mi reaprendizaje desde múltiples enfoques. Desde una perspectiva informal, con libros, con artículos o con charlas TED, entre otras cuestiones. Pero además, periódicamente, apuesto por una capacitación más estructurada,  por así decirlo. ¿Un ejemplo? Hace unos meses me formé en la Yale School of Management para fortalecer ciertos conceptos y actualizar conocimientos sobre política global,  dinámicas del entorno actual y efectos en los mercados.

Y es que el líder de la organización ha de estar empoderado porque desde ese enfoque podrá fomentar el crecimiento estratégico de toda la empresa, capitalizando el talento de las personas y provocando el desarrollo continuo del negocio.

Hemos de aceptar que lo que ha venido siendo útil hasta ahora, mañana es más que probable que no sirva, y nos hemos de preparar para ello.