La crisis y el liderazgo: el poder de la humildad
Señala Jim Collins en Good to Great que los mejores líderes tienen una combinación de resolución feroz y de humildad. Humildad sin adjetivo alguno, y es que este concepto, cuando se habla de liderazgo, es un asunto de una simplicidad abrumadora, pero, al mismo tiempo, imperativo. El líder ha de ser humilde sí o sí. Y cuando no es humilde, estamos ante alguien que no es digno de ser llamado líder, que es otra cosa: un ególatra, un vanidoso o simplemente una persona no cualificada para ejercer su influencia sobre los demás.
¿Por qué el líder ha de estar dotado de la humildad? Porque esa característica le permite crecer en la fabricación de sus decisiones, ya que el humilde sabe que no siempre es la persona más inteligente en todas las reuniones, también acepta que no necesita serlo y así alienta a los miembros de su equipo a hablar, respetando las diferencias de opinión y tratando de defender las mejores ideas, independientemente de la fuente de la que provengan.
Este estilo se contagia, de la persona a toda la organización, y así, la humildad en el liderazgo permite que en las corporaciones, en las instituciones públicas y en la sociedad civil se desarrolle una escucha efectiva en un sentido vertical (de la dirección hacia las bases), pero también en un sentido horizontal (porque los distintos niveles se adhieren a la conducta del líder). Además, como un torrente de agua que lo inunda todo, la humildad potencia la capacidad empática, la cual ayuda a escuchar activamente, y así se potencian otras cuestiones: la colaboración, la cooperación, la flexibilidad e inteligencia colectiva.
En mi opinión, de todas las aristas que tiene el concepto, la más enriquecedora, porque choca con la tendencia habitual en los tiempos que corren, es que el humilde tiene la capacidad de admitir que comete errores. Esa es la primera piedra para construir un proceso de crecimiento holístico, tanto para el propio individuo, como también para la realidad que este lidera, porque se busca entender qué se hizo mal (o que se pudo hacer mejor) y qué y cómo se debería de cambiar en el futuro. La habilidad para percibir lo que se puede y lo que se debe perfeccionar es un activo enriquecedor en el entorno VUCA (volátil, incierto, complejo y ambiguo) que domina en la actualidad. A través de ella, se buscarán herramientas, se trabajarán competencias, se tratarán de adquirir conocimientos… que contribuyan a crear, aprovechar y catalizar las diferentes circunstancias espacio temporales, sabiendo y aceptando que, tal vez, lo que funcionó en un determinado momento no tiene por qué servir en otro escenario.
Ahora bien, ¿cómo podemos identificar la humildad? La primera premisa de la que hemos de partir es que ser humilde sencillamente implica que esa persona acepta a los otros como fuente de información y/o de opinión y es capaz de reconocer al posible maestro. Así, el líder humilde cuida y potencia sus relaciones y, a través de ellas, busca alimentar su curiosidad, comprender, aprender… y en última instancia, considera que el verdadero conocimiento surge en la retroalimentación mutua, como lo diálogos platónicos.
Por esto, mima a su equipo, porque sabe que en él reside la semilla de una acertada fabricación de decisiones corporativas, así suele cuidar a sus colaboradores cercanos, invierte recursos en comprenderlos y busca conectar con ellos, pues respeta los inputs que le facilitan.
No se puede dudar que entender desde la humildad el liderazgo se erige como la mejor estrategia para la creación e implementación de una nueva y mejor forma de hacer algo, ya sea un nuevo producto o servicio, o una nueva manera de proceder en la organización. Queda desactualizada la imagen que Hollywood, durante muchos años, trató de vendernos del líder, dibujado este como una suerte de superhéroe en traje de negocios con un gran carisma y, por qué no decirlo, cierta sobredosis de ego. Y es que en el s.XXI, la humildad sin adjetivos es la gran competencia estratégica en un panorama global hastiado del “yo”, que si no está bien ponderado puede conducir a un fatal descarrilamiento. Sobre este tema, si me lo permitís, trataré en otra ocasión.