La crisis y el liderazgo: la paradoja del descarrilamiento
Es habitual que un tren llegue a la estación de destino a tiempo, sin haber tenido problemas y, sobre todo, sin haber descarrilado, es decir, sin haberse salido de sus rieles. El descarrilamiento ferroviario sucede por fallos operativos o por problemas mecánicos. Cuando ocurre, cuando un tren se sale de la vía, lo que acontece es el caos.
En el campo de liderazgo, sucede lo mismo, cuando un líder falla en su misión, la organización que está en sus manos vive una etapa incierta y desnortada, sujeta a vaivenes y sumida en el caos. Existen múltiples causas que conducen al descarrilamiento en el liderazgo, pero una de las más interesantes y, que además se podría atajar con el adecuado asesoramiento, es la paradoja del descarrilamiento ejecutivo.
Esta teoría fue expuesta por Richard Jolly, profesor en la London Business School, en diversos artículos y se basa en que muchos directivos han de lidiar con que, a pesar de su brillantez, no alcanzan el ascenso deseado. ¿Por qué? Porque el éxito en las habilidades técnicas y el gran conocimiento de un área del saber no aseguran seguir creciendo en el escalafón corporativo. Y es que a la organización puede no interesarle mover a un gran técnico a un puesto de dirección, porque en el nivel actual en el que trabaja se ha convertido en imprescindible. Un ejemplo clásico es que no se promociona a director de ventas al mejor vendedor, ya que ser excelente como comercial no asegura que esa persona sea top en cuestiones estratégicas y directivas. Y es que la semilla del éxito inicial puede convertirse en el germen del fracaso final.
Cuando hablamos de liderazgo empresarial, social, político… sucede esto. No todo aquel que ha destacado en aspectos tácticos, que aglutina un gran conocimiento sobre un área o que sobresalió en su profesión… tiene por qué funcionar como un buen líder. Y es más, no todo aquel que lidera con éxito una empresa es capaz de desempeñar igual de bien como líder en otro sector. A algún caso como este hemos asistido en los últimos años, cuando excelentes líderes empresariales quisieron dar el paso a la política y no funcionaron en ese ámbito a un alto nivel. Del mismo modo, hay sonados ejemplos a nivel mundial de fuertes liderazgos políticos que cuando alcanzaron el poder gubernamental sufrieron un tremendo descarrilamiento, además de hacer visible una verdad universal: no hay nada peor que tener a la persona equivocada en un rol desacertado.
El problema, en todos los casos, suele venir porque el líder se enfoque en las cuestiones sobre las que tiene experiencia y trata de evitar los aspectos que le obligan a salir de su zona de confort. Así se manifiesta una incapacidad de adaptación al nuevo rol, a los cambios internos organizacionales, una excesiva confianza en las habilidades pasadas y una negativa en aprender nuevas skills, aquellas que sí le facilitarían progresar en su nuevo escenario. Recuerdo una vieja historia de un carismático hombre de partido, capaz de movilizar masas, que sufrió un descarrilamiento atroz cuando entró a formar parte de un poder Ejecutivo gubernamental.
Dando un paso más en lo que implica la paradoja del descarrilamiento, considero que en la crisis que comenzamos el pasado marzo, se puso de manifiesto que también en la sociedad, la semilla de su éxito inicial puede convertirse en el germen de su fracaso final.
La globalización, el auge de los viajes, la interrelación de las cadenas de suministros, la producción off shore en Asia a precios bajos, los eventos (deportivos, culturales, sociales…), el transporte público de las grandes ciudades… fueron consumados en las últimas décadas del s. XX y primeros años del s. XXI, e hicieron, por así decirlo, la vida más fácil en el primer mundo. Sin embargo, todos ellos han funcionado como un líquido inflamable en una hoguera a la hora de expandir el virus, el gran agente de cambio, colocando al borde del abismo los hábitos y las rutinas que ellos mismos contribuyeron a construir.
En todos los casos (líderes, ejecutivos, organizaciones, sociedad…) hay que ser consciente de que lo que ha contribuido a traernos hasta aquí puede no servir para conducirnos hasta allí, es decir, hasta la siguiente meta. Pero, ¿cómo nos preparamos para seguir avanzando? Estos asuntos, si me lo permitís, los trataremos en otro momento.